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Odisea

Odisea

El poema épico de Homero narra el viaje de regreso del héroe Odiseo (Ulises en latín) a Ítaca, su hogar, tras la Guerra de Troya, donde le siguen esperando su mujer Penélope y su hijo Telémaco, a pesar de que todo el mundo cree que Odiseo está muerto. Durante la ausencia de Odiseo, Penélope se ve acosada por numerosos pretendientes que aspiran a ocupar el lugar de su esposo y disfrutar de sus bienes, pero Telémaco los mantiene a raya por no considerarlos dignos de su madre ni de la memoria de su desaparecido padre. Odiseo invierte diez años en la Guerra de Troya y otros diez en regresar a Ítaca, experimentando toda clase de simbólicos encuentros y aventuras por el camino. Una vez en Ítaca, nadie le reconoce, y debe volver a ganarse el respeto y el favor de los aqueos, y en especial el de su esposa Penélope.

Homero (s. VIII a. C.) | Texto completo

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Los siguientes fragmentos han sido escogidos a la luz de las interesantes teorías sobre la "Odisea" que aparecen en "Le Mépris" (Jean-Luc Godard, 1963), según las cuales el poema homérico no trata del viaje de autoconocimiento de Odiseo, sino del desprecio que Penélope le profesa a su marido por haberla abandonado a su suerte. En el film de Godard, esta teoría viene además acompañada del cuestionamiento de la legendaria fidelidad de Penélope, cuya resistencia a sus pretendientes se pone en el filme en tela de juicio.

Los fragmentos expuestos son por tanto el resultado de un trabajo de investigación alrededor de esta idea, y han sido escogidos con el objetivo explícito de intentar determinar si sería posible defender, en base al texto homérico, la propuesta de interpretación que se defiende en "Le Mépris": ¿brinda el poema la posibilidad de jugar con la idea de que Penélope no fuera tan fiel y recatada como normalmente se asume? Es posible que sí.

En los primeros cantos (capítulos del poema épico) de la "Odisea", los pretendientes, liderados por Antínoo, acampan a sus anchas en el palacio de Odiseo ante la indignación de Telémaco, quien de todos modos parece más preocupado por la malversación de su herencia que por la dignidad de su madre. Las descripciones y diálogos de Homero dan a entender que el palacio ha estado en fiesta permanente desde la partida de Odiseo, y cuesta creer que un grupo de extraños pueda tomarse tales libertades si nadie les abre las puertas y les invita a comportarse así. ¿Quizá fue Penélope quien les invitó a su casa para que la distrajeran, aburrida por la ausencia de su marido? Puede ser. De hecho, en el Canto II, Antínoo deja muy claro ante el ágora y Telémaco que Penélope es una astuta manipuladora que incluso ha dado con un truco para tenerles a todos y no comprometerse con ninguno.

TELÉMACO: Cuántos próceres mandan en las islas, en Duliquio, en Same y en la selvosa Zacinto, y cuántos imperan en la áspera Ítaca, todos pretenden a mi madre y arruinan nuestra casa. Mi madre ni rechaza las odiosas nupcias ni sabe poner fin a tales cosas; y aquéllos comen y agotan mi hacienda, y pronto acabarán conmigo mismo.

(Canto I)

Ante (los pretendientes), que le oían sentados y silenciosos, cantaba el ilustre aedo la vuelta deplorable que Palas Atenea había deparado a los aqueos cuando partieron de Troya. La discreta Penélope, hija de Icario, oyó de lo alto de la casa la divinal canción, que le llegaba al alma, y bajó por la larga escalera (…). Cuando la divina entre las mujeres llegó a donde estaban los pretendientes, detúvose (…), y arrasándosele los ojos en lágrimas, le habló así al divinal aedo:

PENÉLOPE: ¡Femio! Pues que sabes otras muchas hazañas de hombres y dioses (…), cántales alguna de las mismas sentado ahí (…); pero deja ese canto triste que constantemente me angustia el corazón en el pecho, ya que se apodera de mí un pesar grandísimo que no puedo olvidar.

(…) Replicóle el prudente Telémaco:

TELÉMACO: ¡Madre mía! ¿Por qué quieres prohibir al amable aedo que nos divierta como su mente se lo sugiera? (…) Resígnate en tu corazón y en tu ánimo a oír ese canto, ya que no fue Odiseo el único que perdió en Troya la esperanza de volver; hubo otros muchos que también perecieron. Mas vuelve ya a tu habitación, ocúpate en las labores que te son propias, el telar y la rueca, y ordena a las esclavas que se apliquen al trabajo, y de hablar nos cuidaremos los hombres y principalmente yo, de quien es el mando en esta casa.

Volvióse Penélope muy asombrada a su habitación, revolviendo en el ánimo las discretas palabras de su hijo. Y así hubo subido por las escaleras a lo alto de la casa, lloró a Odiseo (…). Los pretendientes movían alboroto en la oscura sala y todos deseaban acostarse con Penélope, en su mismo lecho.

(Canto I)

TELÉMACO: (…) Ninguna noticia recibí de la vuelta del ejército para que pueda manifestaros públicamente lo que haya sabido antes que otros, y tampoco quiero exponer ni decir cosa alguna que interese al pueblo: se trata de un asunto particular mío, de la doble cuita que entró por mi casa. La una es que perdí a mi excelente progenitor, el cual reinaba sobre vosotros con blandura de padre; la otra, la actual, de más importancia todavía, pronto destruirá mi casa y acabará con toda mi hacienda. Los pretendientes de mi madre, los hijos queridos de los varones más señalados de este país, la asedian a pesar suyo y no se atreven a encaminarse a la casa de Icario, su padre, para que la dote y la entregue al que él quiera y a ella le plazca, sino que, viniendo todos los días a nuestra morada, nos degüellan los bueyes, las ovejas y las pingües cabras, celebran banquetes, beben locamente el vino tinto, y así se consumen muchas cosas, porque no tenemos un hombre como Odiseo que sea capaz de librar nuestra casa de tal ruina.

(Canto II)

ANTÍNOO: ¡Telémaco altílocuo, incapaz de moderar tus ímpetus! ¿Qué has dicho para ultrajarnos? Tú deseas cubrirnos de baldón. Mas la culpa no la tienen los aqueos que pretenden a tu madre, sino ella, que sabe proceder con gran astucia. Tres años van con éste; y pronto llegará el cuarto, que (…) a todos les da esperanzas, y a cada uno en particular le hace promesas y le envía mensajes; pero son muy diferentes los pensamientos que su inteligencia resuelve. Y aún discurrió su espíritu este otro engaño: se puso a tejer en palacio una gran tela sutil e interminable, y a la hora nos habló de esta guisa: «¡Jóvenes, pretendientes míos! Ya que ha muerto el divinal Odiseo, aguardad, para instar mis bodas, que acabe este lienzo (…)». Así dijo, y nuestro ánimo generoso se dejó persuadir. Desde aquel instante pasaba el día labrando la gran tela, y por la noche (…) deshacía lo tejido. De esta suerte logró ocultar el engaño y que sus palabras fueran creídas durante un trienio. (…) Haz que tu madre vuelva a su casa, y ordénale que tome por esposo a quien su padre le aconseje y a ella le plazca. Y si atormentare largo tiempo a los aqueos, confiando en las dotes que Atenea le otorgó en tal abundancia –ser diestra en labores primorosas, gozar de buen juicio y valerse de astucias que jamás hemos oído decir que conocieran las anteriores aqueas (…), pues ninguna concibió pensamientos semejantes a los de Penélope–, no se habrá decidido por lo más conveniente, ya que tus bienes y riquezas serán devorados mientras siga con las trazas que los dioses le infundieron en el pecho.

(Canto II)




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