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Engaño

Engaño

Un escritor judío-americano llamado Philip, que vive en Inglaterra y está casado, mantiene una relación adúltera con una mujer inglesa de treinta y pocos, casada infelizmente con un hombre que también le es infiel. Philip y la mujer, una dama sin nombre, se ven siempre en la buhardilla que Philip utiliza como estudio. Los amantes conversan a menudo sobre la infeliz vida matrimonial de ella, quien está decepcionada por la evolución de su relación con su marido y se siente humillada por la doble vida que su marido lleva sin esconderse.

Philip Roth (1990) | En Seix Barral

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Los fragmentos siguientes han sido extraídos de varias escenas desarrolladas en la intimidad del estudio de Philip, siempre antes o después del sexo. Los amantes charlan sobre cómo ella disimula su infidelidad ante su marido.

–¿Qué pasa cuando él te pregunta cómo te hiciste ese morado en el muslo?
–Ya lo ha hecho.
–Oh. ¿Y?
–Le dije la verdad. Siempre digo la verdad. De este modo nunca te pillan mintiendo.
–¿Qué dijiste?
–Dije, «me hice este morado durante un tórrido abrazo con un escritor en paro en un ático de Notting Hill».
–¿Y?
–Suena a tontería y todo el mundo se ríe.
–Y tú mantienes la ilusión de ser una mujer honesta.
–Totalmente.

(p. 20–21)

Ella expone una curiosa opinión sobre la infidelidad de su marido:

–Pero tú no quieres que la deje, ¿verdad? Tú no quieres decirle, «si no la dejas, me voy a ir a dormir a otra habitación. O bien me follas a mí o bien te la follas a ella. Escoge».
–No. No. Creo que ella es una parte realmente importante de su vida, y por mi parte no sólo sería una locura, sino también egoísta.
–¿Egoísta por tu parte?
–Sí.
–¿De verdad? ¿Ése es tu punto de vista? Si lo es, entonces puedes casarte conmigo. Es un punto de vista estupendo –nunca me lo había encontrado. Una mujer diciendo «sería egoísta por mi parte pedirle a mi marido que dejara a su novia».
– Pero creo que lo sería.

(p. 11)

Ella resume los detalles de su primera visita a un abogado matrimonialista:

–¿Tengo muy mala pinta?
–Te serviré un poco de whiskey.
–Si me meto en todo este asunto del divorcio, tendré que comportarme de manera bastante impecable. Pero no creo que lo haga.
–Pues no lo hagas.
–No sé cuáles son mis intenciones. Fue bastante estresante contarle todas estas cosas a un abogado. Lo que encontré ofensivo fue que tenía allí mismo a una abogada joven y muy atractiva. Casi le pido que se vaya, hasta que pensé que no sería una buena manera de empezar. Decidí que no iba a entrar en confesiones ni nada. Pero hay ciertas cosas que no puedes evitar, como «¿su marido ha cometido adulterio?».
–¿Qué dijiste?
–Dije que sí. Lo ha hecho durante años. El caso es que si aguantas el adulterio de alguien durante seis meses, lo apruebas. Y ya no puede ser una causa en sí misma. Tenían bastante curiosidad por saber por qué lo había aguantado. Así que les dije, olvidadlo, en realidad es esto: él tiene montado este tinglado maravilloso en el que puede hacer exactamente lo que quiera, y resulta que es un tinglado muy poco habitual, y si no puedo disfrutar de algo parecido por mi parte, creo que me retiro. Y la chica estaba asombrada de que yo fuera tan frívola. Pero es muy difícil hablar de estas cosas. Realmente no te apetece hablarles de ello.

(p. 22)

Philip explica su teoría sobre los estadios del amor, tomando como referencia el personaje de Madame Bovary:

–Una de las cosas injustas del adulterio, cuando comparas al amante y al esposo, es que el amante nunca se ve envuelto en todas esas circunstancias terribles y aburridas, discutiendo sobre verduras, o quemando tostadas, u olvidando llamar por algún recado, o abusando de alguien o dejando que alguien abuse de él. Creo que la gente deliberadamente deja todas esas cosas al margen de sus aventuras. Estoy generalizando a partir de mi minúscula experiencia, que es prácticamente nula. Pero creo que lo hacen. Porque si no lo hicieran sería agotador. A menos que a uno le guste disfrutar de dos grupos de conflictos domésticos, y pueda ir del uno al otro.
–Sí, con el amante la vida cotidiana se retira. La enfermedad de Emma Bovary. En el primer rubor de la pasión de una mujer, todos los amantes son Rodolphe. El amante que la hace exclamar entre lágrimas, «¡tengo un amante! ¡Tengo un amante!». «Una especie de seducción permanente», como Flaubert lo llama.
–Mi libro de cabecera, ese libro.
–¿Cuál es tu fragmento favorito?
–Oh, todo lo brutal, por supuesto. Cuando ella corre hacia Rodolphe al acabársele el dinero, cuando le ruega que le dé tres mil francos para salvarse y él le dice, «No los tengo, querida dama».
–Deberías leerle un poco en voz alta a tu hija cada noche antes de irse a dormir. Flaubert es una buena guía para chicas sobre los hombres.
–«No los tengo, querida dama». Delicioso.
–Les solía decir a mis estudiantes que no se necesitan tres hombres para pasar por todo lo que pasa ella. Con uno normalmente basta, primero como Rodolphe, luego como Léon, luego como Charles Bovary. Primero el rapto y la pasión. Todos los pecados voluptuosos de la carne. Esclava a sus pies. Barrida. Peinándose con el peine de él después de la tórrida escena en el castillo, etcétera. Un amor insoportable con el hombre perfecto que lo hace todo bien. Después, con el tiempo, el amante fantástico se erosiona y se convierte en el amante de cada día, el amante práctico –se convierte en Léon, un paleto al fin y al cabo. La tiranía de lo real empieza.
–¿Qué es un paleto?
–Un pueblerino. Un provinciano. Suficientemente dulce, suficientemente atractivo, pero no exactamente un hombre de valor, sublime en todo y conocedor de todo. Un poco tonto, ya sabes. Un poco imperfecto. Un poco estúpido. Aún ardiente, a veces encantador, pero, para ser sinceros, un poco con alma de administrativo. Y luego, con matrimonio o sin él –pese a que el matrimonio siempre acelera las cosas– él, que era Rodolphe y se ha convertido en Léon, se transforma en Bovary. Gana peso. Se limpia los dientes con la lengua. Hace ruido al tragar la sopa. Es patoso, ignorante, grosero, incluso su espalda irrita nada más verla. Esto apenas te ataca los nervios al principio; pero al final te vuelve loco. El príncipe que te salvó de tu aburrida existencia es ahora el dejado que se halla en el centro de tu aburrida existencia. Aburrido, aburrido, aburrido. Y luego, la catástrofe. De un modo u otro, cualesquiera que sea su ocupación, la caga colosalmente en el trabajo. Como el pobre Charles con Hyppolyte. Lo prepara todo para quitarle a alguien un juanete y le acaba provocando gangrena. El otrora hombre perfecto es un fracasado despreciable. Podrías matarlo. La realidad ha triunfado sobre el sueño.
–¿Y cuál crees que eres tú para mí?
–¿En este momento? Diría que estoy en algún lugar entre Rodolphe y Léon. Y deslizándome. ¿No? Deslizándome hacia Bovary.
–Sí –riendo–. Es más o menos así.
–Sí, en algún lugar entre el deseo y la desilusión en la larga caída hacia la muerte.

(p. 131–132)




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