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Indecent Proposal / Una proposición indecente

Indecent Proposal / Una proposición indecente

David y Diana son un matrimonio joven y unido. Llevan siete años casados y atraviesan una situación económica muy difícil, así que deciden viajar a Las Vegas para saldar sus deudas con los beneficios que obtengan del juego. Allí conocen a John Gage, un multimillonario conquistador que queda prendado de Diana. John hace a una oferta a la pareja: un millón de dólares a cambio de pasar una noche con Diana. Tras valorar los pros y los contras, la pareja finalmente acepta la proposición.

Adrian Lyne (1993) | En IMBD

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Hollywood estrenaba esta película un año después de que Helen Fisher lanzara "Anatomía del amor", ensayo en el que proponía una teoría según la cual la estrategia reproductiva primaria de las mujeres se basa en la recolecta de recursos y no tanto en la inseminación frecuente. Dichos recursos, según Fisher, irían encaminados a garantizar la supervivencia de la hembra y la de su prole, y la estrategia para recabarlos podría adoptar una doble vía: o bien la mujer optaría por serle relativamente fiel a un solo hombre para así obtener de él un gran número de recursos, o bien le sería infiel para obtener recursos variados de un gran número de hombres. Y pese a que "Indecent Proposal" no es una historia de verdadera infidelidad, ya que aquí no hay engaño sino una infidelidad consentida por parte de todos los implicados, lo cierto es que el film resulta interesante en la medida en que explora cómo la garantía de recursos activa ciertos resortes que pueden dar la vuelta a los principios morales de una mujer.

En 1992, año del lanzamiento de su ensayo, Fisher planteaba sus dudas en relación a un estudio realizado tres años antes por los investigadores Donald Symons y Bruce Ellis. En este estudio se preguntó a varios cientos de estudiantes si estarían dispuestos a practicar el sexo con un estudiante anónimo del sexo opuesto, bajo la premisa de que todo riesgo de embarazo, descubrimiento o enfermedad estuviera ausente. El resultado fue que muchos más hombres que mujeres dijeron que sí, lo que llevó a los investigadores a concluir que los hombres están más interesados en la variedad sexual que las mujeres.

Según Fisher, sin embargo, el problema era que la pregunta del estudio se basaba en la motivación primaria masculina para cometer infidelidad (fertilizar a muchas mujeres jóvenes) sin tener en cuenta la motivación primaria femenina que lleva a lo mismo (la adquisición de recursos variados). Fisher se preguntaba si las respuestas hubieran sido las mismas si a ellos se les hubiera preguntado: «¿Estarías dispuesto a tener un rollo de una noche con una mujer del casal de ancianos de la esquina?» y a ellas: «¿Estarías dispuesta a tener un rollo de una noche con Robert Redford si te regalara un Porsche?». Fisher llegaba a la conclusión de que en este caso probablemente las mujeres hubieran mostrado mucho más interés por la variedad sexual que los hombres.

Éste es el escenario del film: John Gage, interpretado precisamente por Robert Redford, le ofrece a una mujer mucho más joven que él un millón de dólares a cambio de una noche de sexo. Se trata de un hombre entrado en años pero muy atractivo, un verdadero seductor que, dejando de lado el dinero en metálico que le ofrece a Diana, supura recursos por los cuatro costados. No parece ser casual que la acabe seduciendo más allá de esa noche crucial, como tampoco parece serlo que sea ella quien convenza a su marido de que deben aceptar la proposición de Gage y de que no deben hablar jamás del tema, idea cuyo objetivo ulterior es proteger a su marido de la verdad.

El siguiente fragmento corresponde al momento en que esa verdad empieza a calar en el interior de Diana. John Gage y Diana se hallan en la cubierta del barco del millonario; la velada crucial está a punto de comenzar. Gage intenta seducirla, y Diana, de entrada, se resiste.

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¿Pero cuál es la verdad? La verdad es que a ella John Gage le atrae sexualmente, y esa verdad es el peor miedo de David. Pese a sus reticencias iniciales, Diana disfruta del sexo esa noche. Pero consigue engañarse y rechaza repetidamente esa verdad, aferrándose a la idea de que ha aceptado la proposición por el bien de la pareja y convirtiendo su atracción hacia Gage en odio aparente hasta que el millonario le espeta la verdad que ella misma no se permite aceptar: «No me odias, desearías odiarme». A Diana le disgustan sus maneras, pero no le disgusta él. De no ser así jamás hubiera cedido ante la insistencia conquistadora de Gage, algo que curiosamente sí sucede.

Esto abre un peliagudo debate en un terreno peligroso, en cuyo centro se encuentra el valor real, práctico, de la verdad. ¿Qué es preferible: ocultar la verdad y vivir en paz con todo el mundo, o destapar la verdad y que el sistema salte por los aires? Según Fisher, tras siglos de experiencia seguimos practicando el adulterio en secreto precisamente porque no estamos preparados para la verdad. Y ciertamente David, representativo de muchos maridos de hoy en día, no lo está: no puede soportar la idea de que a su mujer le atraigan sexualmente otros hombres, es decir, que su mujer esté interesada en la variedad sexual quizá tanto como lo está él, aunque por otros motivos. Si nunca hubieran hablado del tema, como Diana sugería, quizá el matrimonio no se hubiera roto; pero David insiste en saber, y debido a ello el sistema explota.

Pese a todo, ¿es el conocimiento de la verdad lo único que provoca que la pareja se rompa? ¿Qué hubiera sucedido si nunca hubieran hablado del tema pero Gage hubiera perpetrado igualmente su magnífico despliegue de medios ante Diana? ¿Hubiera sobrevivido el matrimonio a ese reto? Puede ser interesante ponerlo en duda.

Y es que en su ensayo, Fisher da aún otra vuelta de tuerca más y se aventura a hablar sobre la profesión más antigua del mundo, destacando que la oferta femenina de sexo a cambio de recursos se manifiesta en muchas culturas inconexas entre sí a lo largo y ancho del planeta, apareciendo incluso en el reino animal. Lo que las sociedades humanas medianamente sofisticadas entendemos por prostitución parece ser una forma de trueque habitual y muy arraigada en contextos tan dispares como las tribus del Amazonas, las tribus indo-americanas, las recónditas tribus brasileñas, mexicanas y africanas, los chimpancés, los pájaros, los reptiles, los insectos y otros muchos mamíferos. En todos estos contextos, hay hembras que ofrecen a los machos un trato sexual preferente a cambio de comida y otros beneficios. Volviendo a nuestra realidad, según Fisher se puede argumentar perfectamente que estas mujeres se ven arrastradas a la prostitución por necesidad, pero lo cierto es que muchas de ellas afirman que les gusta la variedad sexual implícita en su manera de ganarse el pan. Y al fin y al cabo, no es tan distinto lo que hacen todas estas «hembras de la noche» de lo que hace Diana en el film.

Bueno, en realidad sí es distinto; en realidad, por más que pese o sorprenda, hace falta bastante menos que lo que se le ofrece a Diana para que casi cualquier mujer se dé por satisfecha, aunque es evidente que la necesidad de producir un film de éxito comercial hacía necesario justificar de manera exagerada la conquista de sus encantos. Así, ante nuestros ojos se suceden las mansiones, las limusinas, la ropa cara, las visitas a la ópera, los caprichos y una atención cuidadosa e incondicional por parte de Gage, un majestuoso despliegue de recursos ante el cual para cualquier espectador resulta al menos comprensible que Diana acabe cediendo. Es de hecho tan espectacular que incluso podría haber justificado que Diana dejara a David aunque no hubieran hablado jamás de la verdad.

Con todo, "Indecent Proposal" está muy lejos de ser una película moralmente desafiante, ya que durante el film asistimos a un buen número de maniobras dirigidas a ensalzar el poder del amor verdadero y los valores de la pareja fuerte y unida, y especialmente a transmitir la idea de que el amor no se puede comprar. Pero lo bueno de estas carencias, tan poco interesantes, es que nos llevan a hacernos preguntas que sí son interesantes, y a plantearnos entre otras cosas cuál hubiera sido el desenlace de haber prescindido de dos detalles especialmente tramposos a nivel moral.

El primer «detalle» es el contexto vital de David y Diana: la pareja se halla en una situación económica realmente desesperada. Acreedores por doquier, deudas, créditos por devolver y la amenaza de embargo de todas sus propiedades, incluida la casa donde viven. En este contexto, la aparición de un tipo con un millón de dólares bajo el brazo invita al menos a reflexionar sobre lo que tiene por ofrecer, y justifica moralmente la aceptación de la proposición ante el espectador. El segundo «detalle», más reprobable que el anterior, tiene lugar al final del film: Diana finalmente abandona a Gage y vuelve con David, su «amor verdadero»; no sólo eso, sino que, como colofón final, Gage además admite que la deja marchar porque se ha dado cuenta de que no podía comprar su amor. Se trata de un desenlace algo repentino, contradictorio en relación al curso de la historia, y sin duda encaminado a reafirmar los valores morales de partida que se han intentado poner en duda a lo largo del film.

La película sería quizá más reveladora si prescindiéramos de estos dos detalles. Por un lado, podría ser un buen experimento poner en escena a una pareja en una situación económica mucho menos apremiante, con una vida sin lujos pero sin penalidades. En este nuevo contexto, ¿hubiera aceptado la pareja la proposición de Gage? Quizá le hubieran dado un par de vueltas más, ya que la necesidad no hubiera sido tan evidente; pero al fin y al cabo, ¿quién le hace ascos a un millón de dólares?

En cuanto a lo segundo, esta forzada escena parece fruto de una imposición por parte de la productora o de algún responsable de marketing, aunque afortunadamente la jugada no les salió del todo bien. En esta escena final, Diana efectivamente deja a John Gage y vuelve con su marido, pero no lo hace por iniciativa propia, sino porque Gage la humilla a voluntad provocando la ruptura. ¿Qué hubiera pasado si no la hubiera humillado? Probablemente, ella hubiera seguido tramitando el divorcio y se hubiera quedado con Gage, no sin antes arreglar la relación con su ex marido hasta convertirla en cordial e incluso amistosa. Pero en el film, lógicamente ella tenía que volver con su marido como fuera para hacer prevalecer los «verdaderos» valores por encima de todo. Este afán de darle a la historia un giro inesperado con final feliz en realidad logra el efecto contrario, porque a todos nos queda claro que Diana no vuelve a David arrastrada por la fuerza del amor verdadero, sino porque Gage la ha puesto a la altura del betún. En conclusión, la forzada idea del «happy ending» resulta, en realidad, totalmente contraproducente.

La mano negra del responsable de marketing también se deja ver en la insufrible moralina barata que Gage nos regala en esta escena: «Nunca me mirará como le mira a él». Se trata de un razonamiento inconsistente con un personaje que se nos ha presentado durante todo el film como amoral, impertérrito, manipulador y experimentado, y no es más que un intento desesperado de vender la idea de que el amor no se puede comprar. Pero la falsedad de esta frase en boca de Gage invita precisamente a cuestionar la idea que defiende: ¿seguro que el amor no se puede comprar? ¿No se va Diana con Gage? ¿No es ella quien solicita el divorcio? ¿No es ella quien, tras ver a David y firmar los papeles del divorcio, se marcha tan tranquila con Gage? ¿No es Gage quien casi tiene que echarla de su coche para que ella se decida a correr a los brazos de su «amor verdadero»? ¿No hubieran seguido las Dianas de este mundo a Robert Redford en su limusina con chófer hasta el fin del mundo o, más concretamente, hasta su espléndida mansión de 30 millones de dólares y varias hectáreas de jardín?




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