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The Postman Always Rings Twice

The Postman Always Rings Twice

Frank, un estafador de tres al cuarto amante del juego y las mujeres, llega a una gasolinera perdida, regentada por un griego, tras hacer autostop. Durante el almuerzo en el restaurante de la gasolinera vislumbra a la esposa del propietario, Cora, una mujer sexy y visiblemente infeliz en su matrimonio. Cora de inmediato inicia un explícito cortejo con Frank, y éste decide quedarse a trabajar en la gasolinera.

Bob Rafelson (1981) | En IMDB

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No cabe duda del valor narrativo de esta historia, ni del excelente trabajo de guión llevado a cabo por David Mamet, quien logra sostener el interés a lo largo de las dos horas que dura el film. Sin embargo, por un lado, en esta historia aparecen todos los tópicos tradicionalmente relacionados con la infidelidad femenina; y por otro lado, parece haberse instaurado una cierta confusión generalizada entre la forma y el fondo del film, es decir, entre lo que aparece en pantalla y lo que realmente se nos está contando.

En cuanto a lo primero, en el film la infidelidad de Cora aparece justificada por un matrimonio profundamente infeliz, consumado con un inmigrante griego que, aunque dignificado económicamente, es de lo más desagradable, y que trata a su mujer como a una simple criada con derecho a roce. La llegada de Frank, el forastero, el chico malo de turno, se presenta como la única salvación a esta vida infeliz, y a la vez como el detonante del salvaje despertar sexual de ella, cuya voracidad parece poner de manifiesto que hace mucho que no se pega un buen (y deseado) revolcón.

Al tópico de la justificación de la infidelidad a través de una vida matrimonial infeliz y a la presentación del adulterio como la única escapatoria posible se le suma la maldición que toda mujer infiel parece traer consigo y que resulta en la destrucción del hombre. Así, en esta historia, el marido encuentra la muerte no sólo a manos de ella, sino por ocurrencia de ella, quien convence a Frank de que matar a su marido es la única vía para escapar de él. Pero aún se va más lejos: Cora, la mujer infiel, no parece ser únicamente el torbellino sembrador de la destrucción de otros; aquí es también el sujeto pasivo de la misma maldición que siembra. El mal que inflige a su marido acaba regresando a ella en una historia truculenta que castiga como pocas a la figura de la mujer adúltera.

Así, ese amor prohibido la lleva a idear y cometer con su amante el asesinato de su marido, asesinato que acaba con ambos en la cárcel; la lleva a sufrir la traición perpetrada por su tramposo amante al delatarla; la lleva a pasar de ser la hembra encendida a ser la futura madre de un bebé que no es más que la semilla no deseada del adulterio; la lleva a ser castigada en pleno embarazo al sufrir en carne propia la humillación de ser engañada, humillación que no tiene más remedio que perdonar para no quedarse sola; y, finalmente, la lleva a morir en un accidente de coche provocado, precisamente, por la expresión de ese amor adúltero en la forma de un inoportuno beso.

Todo ello nos lleva al segundo punto, que es la confusión entre forma y fondo de la historia. La versión de 1981 protagonizada por Jack Nicholson y Jessica Lange se ha presentado siempre como una obra moralmente subversiva, que tiene la valentía de representar la pasión y el sexo con gran veracidad y riesgo moral. Nada más lejos de la realidad: el sexo adúltero es representado con tal explicitud precisamente para demonizarlo, no para ensalzarlo sino para presentar como maldita esa pasión descontrolada, que por otro lado parece ser especialmente nociva para la mujer.

Y es que a Cora el hecho de entregarse a su amante en un amor pecaminoso y prohibido la lleva sin remedio a recorrer una senda de perdición que irá en aumento hasta que ella misma encuentre su propia muerte. La moraleja detrás de la historia se convierte así en que ese amor adúltero la pierde y acaba con ella, tanto emocional como físicamente. Incluso se rechaza y fulmina el fruto de esa relación con el inevitable aborto que trae consigo su muerte, como si ese embarazo nunca hubiera debido producirse, como si fuera ilícito y antinatural de raíz. Así que, en realidad, la ideología que hay tras la historia es mucho más conservadora de lo que parece a primera vista.




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