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Eduard y Charlotte, una aristocrática pareja feliz y armoniosa, ven sacudidos los cimientos de su matrimonio tras la visita del mejor amigo de Eduard, el Capitán, y de la protegida de Charlotte, Ottilie. Mientras que Charlotte se ve irremediablemente atraída por el Capitán, Eduard no puede evitar adorar la inocencia y juventud de Ottilie. Sus inclinaciones son correspondidas, pero la puesta en práctica de estas relaciones resulta imposible.
Johann Wolfgang von Goethe (1809) | En Mondadori
Los siguientes fragmentos han sido extraídos de una escena en la que Eduard y el Capitán explican a Charlotte la naturaleza de los experimentos químicos que han estado llevando a cabo en los últimos días tras la reciente llegada del Capitán, y que intentan poner en práctica la teoría científica de las afinidades electivas. Charlotte ha sido algo dejada de lado tras la llegada del Capitán, ya que a Eduard le apetece recuperar el tiempo perdido con su amigo.
Llamamos afines a aquellas naturalezas que al encontrarse se aferran con rapidez las unas a las otras y se determinan mutuamente. Esta afinidad salta a la vista con facilidad en los álcalis y ácidos que, si bien opuestos entre sí, y quizás probablemente por eso, se buscan y adhieren unos a otros con mayor fuerza y se modifican y forman de manera conjunta un nuevo cuerpo.
(p. 110)
Las relaciones comienzan a ser interesantes cuando provocan separaciones. (…) Por ejemplo, lo que llamamos piedra caliza es cal, más o menos pura, íntimamente ligada a un ácido débil que hemos conocido en forma de gas. Si se introduce un fragmento de dicha piedra en ácido sulfúrico diluido, éste ataca la cal y aparece después unido a ella en forma de yeso, mientras que el ácido débil y gaseoso desaparece. Aquí se ha producido una separación, ha surgido una nueva combinación, y uno se siente autorizado incluso a utilizar el término de «afinidad electiva», puesto que realmente parece como si se prefiriese una relación a otra o existiese una elección preferencial.
(p. 111-112)
–Por desgracia –repuso Charlotte–, son bastantes los casos que conozco en los que una íntima y aparentemente indisoluble unión de dos seres se vino abajo por la casual compañía de un tercero, y uno de los que antes estaban bellamente unidos fue marginado y distanciado.
–En un caso de éstos, los químicos son mucho más galantes –dijo Eduard–. Asocian un cuarto elemento para que nadie se quede solo.
–Cierto –replicó el Capitán–. Y estos casos son indudablemente los más significativos y curiosos, en los que verdaderamente pueden demostrarse esa atracción y afinidad, ese abandono y unión que calificaríamos de cruciforme, donde cuatro seres, antes unidos de dos en dos, entran en contacto unos con otros, abandonan la unión primera y vuelven a unirse de forma nueva. En ese separarse, en esta huida y esta búsqueda, se cree ver en realidad cierta intervención superior, se atribuye a tales seres una especie de voluntad y albedrío, y el término científico de «afinidad electiva» parece plenamente justificado.(p. 112-113)
–Ahora –intervino Eduard–, hasta poder contemplar el ejemplo con nuestros propios ojos, consideremos dicha fórmula como una parábola de la que sacaremos una enseñanza de uso inmediato. Tú, Charlotte, representas la A y yo, tu B, pues, en realidad, yo dependo solamente de ti y te sigo como la B a la A. La C es evidentemente el Capitán, que, por esta vez, me aleja, en cierto modo, de ti. Es, pues, justo, que si tú no quieres desplazarte hacia lo incierto, se te proporcione una D, y ésta sería sin duda alguna la amable damisela Ottilie, a cuya venida no debes resistirte por más tiempo.
(p. 113-114)
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