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Jules y Jim son dos amigos que comparten la intensa vida de París de principios del siglo XX. Un día conocen a Catherine, una bella mujer con la que ambos quedan fascinados. Jules y Catherine entablan una relación amorosa bajo la mirada atenta de Jim, y finalmente se casan. Tras la Guerra Mundial, Jules y Jim se reencuentran; para entonces, el matrimonio entre Jules y Catherine ya ha empezado a erosionarse, pero la llegada de Jules abre nuevas posibilidades.
El film de Truffaut está basado en la novela homónima y semi-autobiográfica del escritor francés Henri-Pierre Roché, que narra la relación que el mismo escritor (Jim) mantuvo con Franz Hessel (Jules) y su mujer Helen Grund (Catherine). En la vida real, Franz y Helen no tuvieron una hija, sino un hijo, que resulta ser el diplomático Stéphane Hessel, autor del recientemente publicado ensayo-exprés "¡Indignaos!"
François Truffaut (1962) | En IMDB
Este film cuenta la llegada de «La Mujer» a la vida de dos hombres que, por incomprensión, la tratan como a una reina hasta que son destruidos por ella. Como en tantas otras obras, aquí también encontramos el misterio y la tragedia asociados a la mujer adúltera. Decimos «mujer adúltera» porque, en contra de lo que suele pensarse, "Jules et Jim" no es la historia de un matrimonio de a tres, sino la historia de la transformación de una relación amorosa de larga duración a raíz de la entrada en escena de un tercer elemento. Inspirándose en la idea de base de "Las afinidades electivas" –libro que además aparece referenciado en el film–, "Jules et Jim" nos muestra cómo la alianza entre dos seres se transforma e incluso se revitaliza gracias a que uno de los dos elementos, en este caso el femenino, se alía con un tercero que en el fondo siempre ha estado ahí.
El argumento es el siguiente: Jules y Jim son dos jóvenes mujeriegos e imaginativos que disfrutan de la vida sin pensar en el mañana: comparten inquietudes artísticas, se relajan en el gimnasio y se divierten en los bares. Jules, alemán, es el más inocente, entrañable e impresionable de los dos; Jim, francés, es más reflexivo, observador y prudente. Ambos se complementan a la perfección, soñando siempre con la mujer perfecta, imposible, que de repente aparece en sus vidas respondiendo al nombre de Catherine. Catherine es la esencia femenina hecha persona, la diosa atemporal encarnada en hembra, el vivo reflejo de esa estatua clásica, de belleza equilibrada y perfecta, que un amigo les muestra un día. Al poco de conocerla, Jules desaparece de la vida social de París, dedicando toda su atención a esta mujer fascinante. Pasado un tiempo, Jules invita a su mejor amigo a una velada en compañía de él y Catherine, no sin antes avisarle de que no compartirá a esta mujer. Los tres se convierten al instante en amigos inseparables.
Al principio, Jim observa con atención y suspicacia a una Catherine a quien no entiende y a quien, por ello, intenta racionalizar; pero poco a poco pasa de intentar entenderla a disfrutar de su peculiar naturaleza y su belleza sin hacer preguntas, como Jules. Cuando eso ocurre, Jim, como Jules, queda atrapado en el misterio que Catherine representa. Ya lo dice él mismo: «Una mujer como ella, una mujer como ella… ¿pero cómo es ella?». Jim, como Jules, como todos los hombres, desconoce qué es ese ser, cómo es, por qué es; sólo sabe que, para él, es la mujer en esencia. No la puede aprehender, no la puede analizar, su única opción es aceptar su existencia inexplicable, «natural y por ello abominable» –como dice Jules parafraseando a Baudelaire–, un ser cuya fidelidad en la pareja parece ser más importante que la del hombre y al que se ataca porque no se puede controlar, porque se escapa de las manos, y por ello asusta e intimida.
Ella es ciertamente un ser juguetón y voluble que escapa al control de la razón. Ni siquiera el director del film intenta comprender al personaje, y nos lo muestra siempre desde una perspectiva eminentemente masculina: sólo vemos y sabemos lo que Jules y Jim saben y ven; lo que pasa realmente en el corazón de Catherine nunca es explícito, y como espectadores sólo nos queda intuirlo en base a sus rasgos de carácter: ella es juego, seducción, afán de libertad, gusto por el triunfo y el peligro y obsesión por la atención masculina.
Le gusta jugar a ser quien no es, a ser uno de ellos, y por eso se disfraza de hombre; le gusta ganar aunque tenga que hacer trampa, como sucede en la carrera del túnel; le gusta seducir, aunque eso implique jugar con fuego y quemarse, como pasa en la habitación en la que recibe en camisón a un Jim a quien apenas conoce; anhela la libertad, como la protagonista de esa obra de teatro que sólo a ella le gusta; y no tiene miedo al peligro, como intenta demostrar lanzándose al río a medianoche y como al final del film demostrará conduciendo su coche hasta el abismo con una sonrisa en la boca.
Pero por encima de todo Catherine necesita ser el centro de atención, la reina alrededor de la cual gira el mundo de todos los hombres. Esa búsqueda de protagonismo es una constante en su conducta: una y otra vez, reconduce la atención de sus hombres hacia ella, ya sea mediante la violencia –el bofetón a Jules mientras los chicos juegan al dominó sin hacerle caso–, el escándalo –su loca fantasía sexual con Napoleón contada sin ningún reparo–, el enfado –su acérrima defensa de los viñedos franceses frente a la cerveza alemana– o la traición –el pijama empaquetado que carga consigo mientras pasa la tarde con Jules y Jim, y que resultará servirle para pasar la noche en la cama de un tercer hombre. Catherine es sin duda una reina, y como tal hay que tratarla; es inmisericorde y dictatorial, y si se la quiere tener cerca, hay que adaptarse a sus caprichos. Ningún hombre se atreve a llevarle la contraria a «La Mujer»: su fuerza es demasiado poderosa como para contradecirla o intentar comprenderla. Es puro deseo, juego y capricho, «una fuerza de la naturaleza que se expresa mediante el cataclismo», en palabras de Jules; en definitiva, una diosa a quien ningún mortal podría atreverse a cuestionar: «Catherine», dice Jules, «no es particularmente bella, ni inteligente, ni sincera. Pero es una verdadera mujer. Y es esa la mujer que nosotros amamos, la mujer que todos los hombres desean».
Es también la mujer por la que todos los hombres están dispuestos a sacrificar su orgullo. «Daría cualquier cosa por no perder a Catherine. Y a usted le sucederá lo mismo», le dice Jules a Jim tras haber integrado ya la relación entre su amigo y su mujer en su vida matrimonial. Y es que estamos ante una historia de adulterio femenino consentido que además se consiente por el bien de la pareja, algo muy poco habitual en la representación de la infidelidad femenina pero en donde radica precisamente la originalidad del film. Jules comprende que Catherine tiene un alma aventurera, que necesita vivir nuevas experiencias; que no puede ser atada ni domesticada, y que está en su naturaleza alzar el vuelo y lucirse, voluble e imprevisible como una mariposa. Catherine no es mujer para adaptarse a una vida de pasión moderada, carente de misterio y novedad, y liderada por la rutina y la tranquilidad hogareñas: necesita ejercitar sus encantos y ser venerada, necesita desear y seducir, y sorprendentemente Jules comprende esa necesidad sin cuestionarla.
En este contexto, ¿quién mejor que su amigo íntimo para que Catherine disfrute de lo que Jules ya no puede darle? Jim es una versión complementaria de Jules, y en el fondo alguien muy parecido a él emocional e intelectualmente. Es sin duda mejor sustituto que Albert, ese amigo lejano que un día enseñó a Jules y Jim la estatua de la diosa de la que ambos se enamoraron, y con quien Catherine ya ha tenido una aventura. Sabine, la hija de Catherine y Jules, conoce a Jim perfectamente y para ella es como un segundo padre. Y aceptando la relación entre su mujer y su mejor amigo, Jules garantiza la permanencia de ambos a su lado. De nuevo aparece aquí el mito del best man, ese paradigma inspirado por Helen Fisher según el cual las mujeres tienden más que los hombres a buscar amantes cercanos a su pareja, en contraposición con la conducta adúltera masculina, que tiende a desarrollarse lejos del círculo inmediato de relaciones. Gracias a la posibilidad de ser infiel abiertamente y con alguien conocido, Catherine recupera la ilusión por su marido, a quien regresa reiteradamente cada vez que las cosas con Jim no salen como a ella le gustaría.
Jim, a diferencia de Jules, sin embargo, comete el error de enfadar a la diosa. En lugar de entregarse a ella total e incondicionalmente como hace Jules, Jim duda entre embarcarse en una relación excitante pero inestable y que desgasta la amistad entre ambos hombres, u optar por una vida sentimental tranquila y confortable con Gilbert, su novia de toda la vida. Su indecisión suscita la impaciencia de Catherine, que al no verse venerada como ella desea emplea aquí, como en tantas otras ocasiones, la infidelidad como herramienta de castigo. La equivocación más grave por parte de Jim, sin embargo, se produce al cuestionar la conducta permanentemente infiel de Catherine, argumentando que todos podríamos hacer lo mismo y que no lo hacemos por respeto a los demás. Es entonces cuando Catherine, sabiéndose diosa todopoderosa, maquina y ejecuta su dictado final, que lleva a la muerte de ambos. De nuevo la mujer infiel lleva a la tragedia, y de nuevo, como en "Damage" (Louis Malle, 1992), el hombre que sobrevive es el que entiende que no puede luchar contra el deseo femenino, y el que muere, el que intenta acotarlo, clasificarlo, poseerlo y dirigirlo a voluntad.
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